viernes, 11 de julio de 2008

El Caos




En todo el mundo, por debajo de la arena, entre las montañas, en medio de las ciudades que se superponen unas a otras olvidando sus historias pasadas, como queriendo construir un futuro no sobre las ruinas del pasado sino a pesar de estas, comenzó a tenderse una enorme telaraña, una red que enlazó todas las piedras. Antes, cuando una pequeña roca resbalaba por una ladera, se deslizaba sola produciendo un tintineo en su caída hasta que era detenida en la base; una vez que todo quedó unido a esa red invisible y consciente, la caída de un guijarro produce una desproporcional avalancha que jala en su inercia toda una montaña.

Así, hubo ciudades sepultadas por cenizas, erupciones que provocaron maremotos, mares que se evaporaron hasta convertirse en desiertos, civilizaciones que han quedado enterradas bajo miles de años de historia que no las recuerdan. Los dioses, se transformaron en espíritus invisibles embalsamados en una mentira que insiste en negar que alguna vez mandaron sobre todo lo creado y tuvieron el poder de convocar el Orden. Hoy, guardan silencio, su voz es inaudible en el estruendo en el que flotan nuestros pasos, el viaje de los satélites fabricados por los hombres, las palabras silenciosas que viajan en ondas hasta receptores que las decodifican, el efecto de píldoras que precisan nuestros estados de ánimo, la ley que detrmina lo que debemos sentir y lo que cada ser, desde que nace, está obligado a cumplir como designio de un sistema monstruoso que nos gobierna. El Caos.

Hablar, simplemente advertir que estamos muertos, que somos esas ruinas sobre las que se edifican nuevas constucciones es abrir los ojos y darse cuenta que somos cadáveres sobre cadáveres, sin voluntad, condenados a permanecer unidos. Nuestros movimientos sólo son la respuesta de la inercia de una ola, todos estamos enlazados, carentes de un libre albedrío para realizar nuestros deseos, los nuestros, los que sólo podrían darnos la dignidad de decidir a cada quien por cual ladera despeñarse. No existe ya la libertad, sometidos en esa trama palpitante, somos acción y reacción de una fuerza que está por debajo, por encima y en nosotros mismos.

Yo camino entre los muertos, la soledad me acongoja, sé de cierto que nadie quiere despertar de su agonía, nadie es consciente de que su tragedia no es propia, sino usurpada, plagiada del terreno de la imaginación, que es el único reducto en donde se han refugiado; una imaginación pobre y que sirve únicamente para darle sentido a una existencia vana, en la que parece que nada es importante, que nada vale la pena, que todo puede ser perdonado y que nadie puede aspirar a la inmortalidad o al heroísmo, porque a nadie le es permitido. Una existencia insoportable.

Sin embargo, en el Caos hay principios básicos, la fuerza que lo anima es contenida, no existe una respuesta inmediata, ésta se va acumulando hasta que de pronto explota, como una supernova. Es como si de pronto un reloj se detuviera a las seis, pero el tiempo sigue ocurriendo, sigue su propia ley y trayectoria, al pasar de algunos años, este reloj operará en un sólo instante por todo el tiempo acumulado, sus manecillas girarán a tal velocidad y con tal fuerza que se desvanecerán hasta desaparecer, nosotros veríamos que un momento el reloj está sobre una mesa y al segundo siguiente, simplemente no estará, aparentemente sin ninguna explicación. Quizá otros objetos que están a su alrededor, también desaparecerán o la mesa se incendiará, todo sucederá al mismo tiempo.

La imaginación, también está sometida a las reglas del reloj, yo comencé a subir por una escalera, en cada peldaño imaginé quién eras, cómo sería el tono de tu piel o su temperatura, cuál sería la primera palabra que escucharía de tus labios, cómo podría resonar en su eco cada vez que la evocara, cuántos pasos podríamos caminar juntos y cuántos más los haríamos por separado, qué días te vería despertar y qué tardes de domingo estaría extrañándote. Yo imaginé historias, libros que leeríamos juntos, paredes que cambiaríamos de color y el café turco que prepararía según tus indicaciones; imaginé tus despedidas y tus encuentros, tu voz encolerizada y también tus palabras tiernas. Me ví a mi traduciendo tus notas graves o melancólicas en palabras que imprimiría en libros de cuentos o de poesía, añoré tu llegada antes de que te fueras y escribí cartas que te enviaría. Todo se colgó de una de las manecillas de ese reloj, todo quedó en espera.

Yo soñé, soñé una existencia que sólo figuraba en mi imaginación, pues desde aquel día en que no morí y me rebelé ante ese absurdo destino, me convertí en parte de esa telaraña que imagina pero que no tiene el poder de actuar, quien sabe qué pasa, pero que es movida por los hilos que dictan el movimiento de una masa que se mueve en conjunto y no permite liberar a cada ser que la integra.

Ante tus ojos, desaparecí como el reloj, todo eso que acumulé se precipitó en un segundo, todo lo vivi en esa facción de tiempo, todo estalló dentro de mí hasta pulverizarme y desaparecer. Desde aquí, escucho la voz de los dioses que murmullan desde la nada, observo lo que aún no sucede, me apego al devenir y espero que el tiempo regrese.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto mucho tu cuento.